La Puerta
Un hijo llora tras la puerta de la habitación. Lo hace casi todas las noches esperando que nadie lo escuche. Teme al silencio que él mismo origina, siente que su salida se escapa. Los días pasan, las noches también, hasta las madrugadas se atreven y lo abandonan. Esconde la cabeza entre sus manos, grita, se maldice. Ruega por una solución.
Una madre se encierra en la cocina. Corta especias, limpia arroz, se pregunta que querrán comer sus hijos mañana. Termina de lavar, de fregar. Queda absorta en la novela. Su alma, que no ignora, hoy tiene mucho en que pensar.
Un hermano siente que sobra. Llega agotado, rebusca y cena lo que le toca. Pasa por delante del televisor a la amante de turno, no da explicaciones ni la presenta.
Un padre se ausenta. Traza líneas en el lienzo por las tardes, en las mañanas enseña historia en un ruidoso salón. Llega a casa, ya es mediodía y olvida la charla con los hijos en cualquier rincón.
Un teléfono suena en la casa de la indiferencia. El hijo, presto, responde, no se atreve a decir hola. Charlan efusivamente. La madre se aposta detrás la madera, oído vivo sin barrera de edad ni de sorderas. Al día siguiente el hijo saca del armario la tela verde e imponente que la madre ha lavado y planchado hasta dejar perfecta. Se alista el cabello, su reloj, el pañuelo, las botas impecables, todo en su lugar, el también, como todos, tiene un alma a la que desea impresionar. Toma el autobús y no regresa hasta pasada medianoche.
Al regresar le espera una pelea exhaustiva, mentiras que salen solas de su propia boca. Llanto, siempre el llanto, y siempre por rabia y cobardía termina detrás de la puerta de madera. La madre teme que se sepa lo que ella siempre supo. Se lo niega. El hijo, con el tiempo, aprendió el don de la resiliencia, a hacerse invisible entre las multitudes, a no decir más de lo que le preguntaran. Aprendió a dejar las heridas del alma en lugares de la piel que pocos pueden ver.
La madre diariamente maldice una y mil veces, el asco la revuelve, el dolor y el miedo (siempre el miedo) impiden que con claridad piense. Olvida que detrás de la puerta…su hijo llora.
Su amante, sin embargo, lo espera siempre sin prisas, calma su llanto. Le ama y comprende. A su lado las noches saben a gloria y los días son apenas el preludio a un dulce néctar…el de sus ojos, sus ojos reflejados en aquellos otros tan ampliamente esperados. Observa el reloj, su compañero por fin llega, un beso efusivo, un “¿dónde vamos?” se miran en silencio y durante un segundo eterno dejan el temor detrás de ellos y se toman de las manos. ¿Me amas? – pregunta uno con miedo - ¡Te amo! - responde el otro sin tener que pensarlo y entonces, como un relámpago un sentimiento los invade…y lo saben, solo ese amor será capaz de llenarlos, porque el resto, al menos para ellos, es simplemente innecesario.
Autora: Maria Caridad Marrero Aguilera. Estudiante de Tercer Año de Medicina.
Bello y me puso a pensar