Una chica ha muerto
Ganador del concurso “Gato Negro”
“Una chica ha muerto”
M. A. Diaz.
Otoño, melancolía inspiradora. Septiembre templado, allí estaba, con su cabellera ondulante como la brisa matutina, rasgos sinceros, labios escarlatas, piel nevada. Había muerto y así parecía, su brazo derecho descansaba inerte sobre su regazo, una rosa oscura era sostenida por su mano izquierda. Vestido rojo, lujuria, zapatos blancos cual castidad. Una joven ha muerto. Su cuerpo sin esencia descansa sobre edredones deslucidos, en el centro de esta ciudad, en un parque desaprovechado por la realidad apresurada. Quizás diecisiete, no sabría interpretar. Su belleza me seduce y me encuentro allí, reafirmando su pérdida, sosteniendo su gélida mano. Miro a mi alrededor, pero nadie parece verla, nadie me ve. Necesito ayuda, una chica ha muerto y no conozco la razón. ¿Acaso fue asesinada? Le han arrebatado sus sentidos, sus recuerdos, la capacidad de cometer errores. Me siento sofocado por la escena: tanto abandono, soledad. No puedo sostenerme, pierdo el equilibrio tras una inminente sensación de repulsión, quiero correr, quiero saber su nombre. A su derecha transitan mujeres con vestidos elegantes y soberbios tacones, maquillajes que ocultan un pasado. A su izquierda las corbatas masculinas determinan simetría, hombres que marchan simultáneos. Las mujeres ascienden en dirección a la zona residencial, los hombres siguen el camino contrario que los desplaza a la industria, hacia el progreso, hacia la ley. ¿Por qué nadie se percata de que una chica ha muerto? Injusto curso del destino. Me abalanzo sobre el trayecto de una mujer.
- ¡Auxilio! ¡Una chica ha muerto! ¡Ayúdeme por favor! – Estudio cada uno de sus gestos en busca de conmoción, desconcierto, duelo. Sin embargo, solo traduzco reserva, ojos apagados que me hablan sobre el requisito del tiempo.
- Si, ya me hablaron de ella, alguien me contó sobre su muerte. ¿Qué puedes esperar de una chica que vende su cuerpo? Vergüenza para su familia, para todas las mujeres respetables. No es una actitud digna, si fue asesinada no importa, tuvo el final que merecía – Sin más que decir, sin un despido, prosiguió con su travesía, dejándome desorientado. Un estado de pánico me consumía, claustrofóbico ante todos aquellos que aludían la responsabilidad de que una chica ha muerto.
Hace cinco días que visito su cadáver cada mañana desolada por nubes indiferentes. Hojas secas la rodean, pero ninguna la toca. Solemne recuerdo de que una chica ha muerto y todavía desconozco el porqué. Me acuesto cerca, la percibo a mi lado, tomo su mano, intento inventarme una historia que me narre su pasado, que me hable de ella, anhelo aprender sus virtudes de memoria, ahuyentar sus miedos. Beso su mejilla, recupero la postura y detengo a un hombre. Necesito explicaciones.
- ¿Por qué se empeñan en evitarla? Merece atención, todos necesitamos saber la justificación para semejante crimen. – Mi tono de voz se enfurece, mi mirada acusa, juzga al hombre que visualiza el cadáver, una risa lasciva se asoma.
- La belleza ¡Qué metáfora! Tan joven, tan placentera a la vista. De seguro sabía cómo alegrar a un hombre. En lo personal le hubiese dado razones muy concretas para no haberse suicidado – Mi puño se impacta con su rostro. Mis intenciones se enfocan en lastimar a ese indecente que la mira con deseo dañino. Me repugna sus intenciones y esperando una reacción de respuesta ante mi agresión veo que solo me excluye. Rechaza mi violencia con satisfacción. Sigue su camino, avanza, yo sigo aquí sin conocer el porqué una chica ha muerto.
Dos semanas han pasado desde que la casualidad me permitió encontrarla. No tengo ideas claras que me posibiliten tomar una decisión. Cada minuto es una fuerte agonía, pierdo los destellos de esperanza de solucionar la intriga. Precisamente hoy me decidí a comprarle arreglo, atributo que sé que merece. En esta época del año resulta complejo localizar flores frescas, la naturaleza muere, desconsiderada objetividad que me impulsa al recuerdo de su esplendor marchito. No hay pretexto que me impida adornarla con rosas, lo único capaz de igualar su aroma. Se ha vuelto atemporal el instante que le regalo cada día. Su presencia me distrae al punto de no percatarme de las miradas que se abalanzan sobre mí.
A la primera que examino de pies a cabeza es a esa mujer malhumorada que se negaba a vender el último ramo que tenía reservado. A la que sé que no le fue de mucho agrado mi exitoso hurto. A su lado diviso el uniforme policial de la ciudad.
Para mi sorpresa una tercera persona temblaba impaciente ¿Qué podía ser peor que la mirada prejuiciosa de mi madre? Cuando sepan que una chica ha muerto, cuando la vean, podrán entender que solo intentaba ser alguien mejor, renunciado a mi pasado violento, que de alguna forma mi madre utilizará palabras de aprobación hacia mí. Mis demonios no me afectan, ya no lo hacen.
- ¿Este es su hijo verdad? – el policía me señala inquieto.
- Sí, oficial, ese imbécil, sentado en el piso como pordiosero. Ese ladrón de flores es mi hijo. Que bochorno, tener que vivir con un hijo esquizofrénico – Las afiladas y frecuentes palabras de mi mamá se desbordan.
- No sabía del padecimiento de su hijo, ruego que me disculpe por acusarlo de esa manera – El semblante de la florista se quiebra.
- No se preocupe hizo bien en denunciarlo, lleva desaparecido varias semanas, según dice su madre – El oficial calma la aflicción de la señora. No obstante, no me he ausentado ni un solo día de la casa.
- Nada de eso importa por favor, una chica ha muerto, mírala a mi lado, por eso robé ese ramo. Señor oficial ayúdeme a resolver esta muerte – mis palabras se forman con desesperación, pierdo los estribos.
- Otras de tus estúpidas alucinaciones, no existe tal chica, pedazo de escoria. Igual que tu padre fantaseando con mujeres todo el tiempo. Lo único que sabía era olvidarse de sus responsabilidades con el alcohol o cualquier mujerzuela – el policía me alentó a que los acompañara, me toma del brazo, me aconseja que debo utilizar mi medicación. No estoy enfermo, sé lo que hicieron. Aunque esta sociedad ignore los problemas no significa que no sean reales. En ese momento la mujer que acusó a la chica hace unas semanas y el hombre al cual golpeé se acercan. Me recuerdan a mis padres, son una escoria sin embargo, ellos también saben que una chica a muerto, la vieron con sus propios ojos.
- Ellos dos saben, ellos la vieron, pregúntales, así me creerán – mi madre ríe, me acusa de alucinar, ellos bajan la cabeza, apenados por alguien tan cruel como ella. En un reflejo calórico, robo la pistola del oficial y me abalanzo torpe en dirección a la chica. Todos se asombran. El oficial me persigue, al mismo tiempo que el desfile de hombres y mujeres se detiene. Coloco la pistola en mi sien, no sé que estoy haciendo. Mi madre, los testigos de que la chica ha muerto me miran desafiantes, creen que no sería capaz. Lágrimas mojan mis mejillas, una tristeza indescriptible toma control de mis acciones. No hay marcha atrás.
Nadie quiere percatarse de que una chica ha muerto, nadie se toma el tiempo necesario para comprender que alguien los necesita, que todo lo que dicen, las miradas que juzgan, las críticas, toda esa mierda: destruye, desmoraliza. A nadie le importa que una chica ha muerto porque no tienen tiempo para sostener a los que sufren. Los reto ¡A mí sí me importa! Solo quiero saber la razón por la cual una chica ha muerto y esta es la única forma de averiguarlo. Solo ella puede decirme las circunstancias de su muerte. Un disparo, los gritos de horror no se hacen esperar, un chico ha muerto. Todos saben el porqué.