TAC
Por: Idania de la Caridad Salazar Cruz; Estudiante de Medicina de la Facultad de Ciencias Médicas “Mariana Grajales Coello”
¡Tac!
Vuelve la pequeña pelota de papel a golpear su espalda. Se yergue un poco y finge que no ha pasado nada. Realmente no puede decir que le duele, pero en serio le molesta. Aunque, seguramente, si le doliera, tampoco se quejaría. – ¡Tac!- otra vez. Ahora sí se ha asustado. El impulso hacia delante hace que se le resbalen los pesados espejuelos sobre la nariz, gracias en parte por el sudor, obviamente nervioso. Respira con profundidad y vuelve a tomar el lápiz entre los dedos. Repasa con la vista las dos oraciones recién escritas y, en un esfuerzo por concentrarse, continúa el trazo de la “a” en la palabra “paciencia” que, aunque no tenía nada que ver con la clase, decidió que necesitaba escribir.
– ¡Tac! – … Quiere mirar atrás, ver a los ojos el responsable de la absurda tortura (aunque lo imagina). Pero, ¿para qué?, ¿saberlo cambiaría algo?
Vuelve a bajar la cabeza e intenta fundir la vista con las líneas de la libreta.
Olvidó de nuevo lo que estaba escribiendo: “Paciencia”, “Paciencia”,
“Pacien…” La punta del lápiz se quiebra incapaz de resistir la furia de su peso. Ahora el papel casi le da, pasa rozándole la mejilla y cae justo sobre la mesa.
Antes de que a alguien se le ocurra tomarlo, lo agarra él primero. Entre sus manos siente la textura de la hoja arrugada y ese dolor de líneas torcidas, de letras desusadas y, seguramente, mal hechas en su interior. La aprisiona con rabia en su puño, la aprieta tanto que el brazo le tiembla. Transpira cólera y osadía. Un genio reprimido por milenios. La imagina viajando directamente desde su mano con la potencia de una bala, que se incrusta certera, en la frente de ese que, mágicamente sabría quién es, (aunque lo imagina). Bomba de tiempo, instinto suicida… tres, … dos, … uno.
La bola cae al piso y con ella se alza una pequeña burla a sus espaldas. Sí, se dieron cuenta de su cobardía y ahora ríen en un tono que roza lo inocente para los que no saben el porqué, pero que salta hacia lo déspota en sus oídos. Sintió por un momento el deseo de extenderse hacia el suelo y alcanzarla otra vez.
Pero ni siquiera se mueve. Está rígido por completo en su silla plástica, con la mirada fija en algún agujero de la pizarra.
¿Por qué solo contigo? ¿De dónde nace ese disfrute enfermizo por tu
sufrimiento? Y tú, ¿por qué no te mueves?
Seguro se cansarán en algún momento, en algún… ¡Tac!, ¡tac!, ¡tac! Ahora se atrevieron con tres. Entonces se voltea y lo ve, sí, es él, justo ese que pensaba, ese y los otros dos, riendo. Y al ser vistos, riendo aún más. Pero en silencio, no vaya a ser que la profe los note. Tan pronto como los mira vuelve hacia el frente.
Ojalá y la profe lo supiera todo, sin preguntas que lo obligara a hablar. Que solo bastara con notar sus ojos llorosos de rabia o lo intuyera al oírlos reír ¡Algo!
Pero no. La profesora está muy lejos, allá, de espaldas, absorta en su pizarrón, copiando cosas que ya no logra entender y que, ciertamente, ya no le interesan.
Su mente está demasiado ocupada en una batalla de resistencia que, para su desgracia, continúa ganando.
- ¡Tac! –