Código Azul

Por feuucm - 30 mar 20 - Letras del Estudiante - 1 Comentario

Por: Alejandro Manuel Rodríguez Cruz. Estudiante de Primer año de Medicina

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¡Código Azul! – gritó la enfermera

El doctor Niveau se limitó a mirar hacia la cama del paciente. Lo que antaño significaba una emergencia, ya solo era el anuncio de lo inevitable. Siempre ocurría de la misma forma, el corazón desbocado, pero sin latir, los ojos que se salían de las órbitas, los labios, azules, musitando súplicas inaudibles, hollaban el aire en un último esfuerzo por respirar, y luego el silencio. Todos los miembros del equipo de cuidados intensivos habían contemplado en silencio este macabro espectáculo demasiadas veces, en los últimos meses se había convertido en su pain quotidien.

Diez minutos después, el doctor se retiraba a la taquilla. Su guardia de 36 horas había terminado, y esperaba que fuese la última. Antes de la sala de descanso había un cubículo de descontaminación. Allí se fue quitando, como un caballero que se despoja de su armadura, el preciado equipo de protección personal. Los zapatos, el traje, el visor y el gorro primero. Con exquisito cuidado retiró las gafas, que horas atrás se habían convertido en vasos de sudor y lágrimas; luego la mascarilla y los guantes. En otros tiempos, lo normal del mundo hubiera sido desechar todo eso como residuos biológicos, pero los tiempos cambian. Todo lo depositó con cuidado en el carrito de esterilización, aquello debía aguantar unos cuantos asaltos más. Completamente desnudo, se dirigió a la ducha siguiendo las losetas marcadas del suelo.

Mientras se duchaba, pensó en sus hijos, en si estaban bien, en que no los veía desde cuatro meses atrás; pensó en el cumpleaños de Hénri, el mayor, su petit docteur, que pasó sin que le pudiera dar un abrazo. Y siguió pensando, en sus primos de Nîmes, en su hermana, en los amigos que habían enfermado, en algunos que no volvería a ver, y pensó en sus colegas, que llevaban, al igual que él, hasta una semana sin pegar ojo, con la cara marcada por la máscara y las gafas y otros, que no habían tenido tanta suerte; pensó en la gente, en tanta gente que había pasado por su sala, como si fuera simplemente una escala en su viaje al crematorio. Hacía mucho que no se aprendía el nombre de ningún paciente. Dejó de hacerlo después de la segunda semana, ver morir a tanta gente es aún peor si resuenan sus nombres en la cabeza.

Los últimos tiempos habían sido cosa de pesadilla. Muchos lo compararon con el libro de Revelaciones, el Apocalipsis de Juan, otros pensaron en un libro de terror o ciencia ficción, nadie podía absorber lo que estaba pasando como la propia realidad. Las calles vacías, el ejército desplegado por doquier, toque de queda, racionamiento de productos, cuarentena absoluta. Hubo mucho sufrimiento, pero al fin lo habían logrado: los pacientes ingresados allí, eran los últimos casos del virus. Niveau no era religioso, pero no pudo más que darle gracias a Dios por haber llegado hasta allí.

Una semana después, todo el equipo médico se reunió en el primer día de descanso en demasiado tiempo, había que celebrar. El doctor, emocionado, comenzó diciendo unas palabras:

Compañeros, hoy es un gran día. Hoy debemos celebrar el fin de muchos meses de dolor continuo, sin dejar a un lado la tristeza por los que ya no están, por las víctimas y los héroes, los amigos y compañeros que se dejaron la piel y la vida por salvar a nuestros pacientes. Por eso hoy quiero brindar, por ellos, por nosotros, y por un futuro…

Pero el doctor Niveau no pudo alzar su copa, un violento ataque de tos lo interrumpió.

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